14/1/12
¡¡¡¡ PENDÓN !!!!
Aquello fue una carnicería sangrienta. Esos tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería contra el ejército almohade de Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma,y que fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros.
El rey castellano, Alfonso VIII hizo que el papa de Roma proclamase aquello como una cruzada contra los sarracenos, para evitar que mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, entonces enemigos suyos,le atacaran por la espalda.
Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas, obispos incluidos al frente.
El rey Pedro II de Aragón aportá 8.500 aragoneses y el rey Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida tropa de doscientos caballos.
Alfonso IX de León se negó a participar en la batalla.
Al Nasir había cruzado con su ejército compuesto por guerreros norteafricanos, a los que se unieron tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios adeptos al rey moro, resuelto a conquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa desorientada,debilitada e indecisa. En total 60.000 soldados.
La escabechina fue propia de aquella época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar la jaima fortificada donde Al Nasir, sentado sobre un escudo leía el Corán.
La vanguardia cristiana, mandada por Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Las primeras tropas fueron ferozmente aniquiladas.
Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares que tampoco lograron romper la resistencia infiel.
La batalla se mantenía solamente por parte de algunos caballeros templarios,caballeros de la Orden de los Calatravas y de la de Santiago.
Fue entonces cuando Alfonso VIII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: "Aquí, señor obispo, morimos todos". Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con decisión valerosa y ondeando sus pendones, se unieron a la carga espada en mano.
Los tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas de la Losa con la exhausta infantería penetraron hasta la mismísima persona de de Al Nasir Miramamolin, degollando a todo africano que se puso por medio.
Aquella Batalla de las Navas de Tolosa redujo los dominios de al-Andalus y fue el punto de partida para las conquistas que pocos años más tarde emprendió Fernando III por buena parte de Andalucía occidental.
Y el Pendón de las Navas de Tolosa (Con un tamaño de 3’3 por 2 metros,tejido en oro, plata y sedas con predominio los colores rojo, amarillo, azul, blanco y verde, con inscripciones de alabanza a Allah que rodean una gran estrella central de ocho puntas), arrebatado a modo de trofeo o motín está en el Real Monasterio de las Huelgas Reales (Burgos), siendo exhibido todos los años en la tradicional fiesta del Curpillos.
Este año de 2012 se cumple el 800 Centenario de este hecho singular y transcendental para la reunificación de España tras la invasión árabe, y Burgos, como cabeza de la Castilla de entonces tuvo un especial protagonismo. Alfonso VIII de Castilla cuyos restos se guardan en el Real Monasterio de las Huelgas Reales junto a su esposa Blanca Doña Leonor de Plantagenet, protagonizó el principio del fin de la Reconquista, acompañado de los reyes de Navarra y de Aragón.
Gran superproducción cinematográfica podría salir de esta historia y grandes fastos se podrían montar en la ciudad para justificar la presencia en nuestras tierras de tan simbólico tapiz. Todo porque no se asocie la palabra ¡PENDÓN! a determinados pendones desorejados.
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